Elogio de las salidas en bicicleta

Aprendí a montar en bicicleta a los cinco años. Todavía recuerdo nítidamente el caluroso día de verano en que subí por primera vez a una bicicleta. La cálida y reconfortante mano de mi padre sobre mi espalda, su entrañable sonrisa, su vitalidad… Comencé a dar pedales dirigiendo mi rumbo hacia un antiguo chopo que se erguía, imponente y orgulloso, a las afueras de mi pequeño pero apacible pueblo. Sin darme cuenta, el miedo que anidaba en mi interior desapareció, y comencé a rodar, zigzagueando a veces, pero con una determinación que pocas veces había experimentado. Cuando terminé el pequeño recorrido y puse el primer pie en tierra, di la vuelta y corrí cuesta abajo para abrazar a mi padre, al tiempo que una pequeña sonrisa traviesa aparecía en mi rostro, rebosante de felicidad, de júbilo. Todavía lo recuerdo, uno de los momentos más bonitos vividos junto a mi padre. La bicicleta se convirtió en algo íntimo para los dos. Un vínculo que nos unía estrechamente, una actividad compartida. Con el paso del tiempo cambié, crecí, me transformé. Mientras se formaba mi yo adulto, formado por una nueva personalidad y actitud ante la vida, continué compartiendo esta gran pasión con mi padre.Todo seguía igual, nada había cambiado al respecto.
Rutas cada vez más largas, el esfuerzo que ponía mi cuerpo en tensión, las gotas de sudor recorriendo mi agotado rostro… Los plácidos veranos se convirtieron en verdaderos entrenamientos. Sin embargo, la compañía de mi padre, el tiempo junto a él y el hecho de encontrarnos en el seno de la naturaleza lo compensaba. Los sinuosos caminos nos llevaban hasta pequeños pueblos que jamás había visitado, hasta enormes pantanos… El viento azotando mi cara, el esfuerzo físico, la tranquilidad de las bajadas; todo era parte de la gran aventura en la que nos encontrábamos, y que nos acompañaría el resto de nuestra vida. Sin embargo, nada se podía comparar a la alegría experimentada al completar el recorrido, al conseguir una meta que creíamos tan lejana al principio. Al final, nada es eterno. Sin embargo, la decisión ya está tomada. Seguiré pedaleando, intentando encontrar mi propio camino.

Samuel de Toro Molina, 1º Bachillerato

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